Voy a empezar por decir lo siguiente, mis hermanos y amigos: De todo lo acontecido a mi vida, para mí, lo más grande es haber conocido a Cristo, como quizá a la totalidad de los que estamos aquí. Nadie cambia al hombre como El. Cualquier hombre puede influir en otro de alguna manera, pero como Cristo Jesús no es solo un hombre, si no Dios en carne, ¿cómo no cambiará las cosas? Hay un desprogramado que altera la vida del hombre, pero Cristo vino para devolver al ser humano el estado que poseía antes de
que decidiera pecar, Hace algunos años estaba ajeno a las cosas del Espíritu, aunque nací en un hogar cristiano. Mi padre era pastor, sin embargo yo no conocía al Señor, pero veía en ellos algo que no era común, algo que los sostenía en medio de los embates de la vida, y aun sin entender lo que predicaban, me hubiera gustado tener lo que ellos tenían, pero no lo podía digerir. Quería analizar al Cristo glorioso con la mente.Cuando salí de la Facultad de Medicina, tuve el privilegio de trabajar por muchos años en el Hospital Americano, en aquel tiempo uno de los mejores de Guatemala. Mientras estaba allí buscaba un auge en la profesión, olvidé totalmente el hogar sencillo donde nací, donde noté esa fuerza que ahora pasaba desapercibida debido a los conocimientos universitarios. Estando mi padre en agonía, una personalidad extraordinariamente amada por mí, pues más que padre e hijo éramos amigos, me tomó la mano y me dijo: Hijo, lo que yo no pude hacer (se refería al pastoreo), tú lo vas a hacer, Dije: ¿Yo padre, yo lo voy a hacer?, si lo último que hubiera querido ser era Pastor, y se lo había dicho muchas veces a mi padre. No padre, usted hizo eso, buscó eso, pero yo no Yo quiero algo para desenvolverme en la vida. Yo había visto experiencias negativas durante la vida pastoral de mi padre. Me tomó la mano y dijo: Hijo, tú lo vas a hacer, Su mano se aparto de la mía, pues en ese momento falleció. La noche cuando llevábamos el cuerpo al cementerio, quise decir algunas palabras pero no salían de mi garganta pues estaba totalmente conmocionado. No entendía por qué mi padre me había dicho eso. Abrí la Biblia para leer algo y solo alcancé a leer literalmente estas palabras: “Mi siervo Moisés ha muerto, ahora a ti te toca pasar mucha gente el Jordán”. Al cerrar la Biblia sentí en mi interior otra voz más fuerte que la de mi padre. Mi padre se llamaba Moisés y dije: que carga me dejaron! Yo no encontraba satisfacción en las religiones que había observado, porque nunca fui religioso. Después de la muerte de mi padre me enfrasqué en negocios de radio. Gané un concurso de locución; estaba en el deporte; estaba en esto y aquello, y ni en la profesión encontraba ¿dónde estará lo que busco?, me preguntaba continuamente. El Señor me bendijo económicamente sin que yo le conociera. El negocio de radio, la Voz de las América se llamaba, era el mejor en ese tiempo y me permitía terminar la carrera. Una noche, en el Gimnasio Olímpico, cinco mil personas cantaban alegremente. Sentí el deseo de saber por qué esa gente cantaba de esa manera. Llegué hasta la primera fila con otro compañero con quien estábamos de turno en la emergencia del hospital.